Mundos paralelos
Son tiempos de excesos. Excesos en un lado del mundo, en un país, en un barrio, en una calle.
En el otro lado tenemos a Li Pao, a la que sus padres cambiaron por una lavadora; a los niños hambrientos, los enfermos, los torturados, lapidados, ablacionados y masacrados; tenemos a los maltratados, a los viejos, o a los que son víctimas del terrorismo.
Y ante esas situaciones extremas de desamparo y miseria, aparecen, aprovechando estos días de excesos, las campañas que claman por la solidaridad y la apertura de nuestras conciencias adormiladas.
Hace poco, las campañas se reducían al Día de la Banderita, la cuestión del Cáncer, el Domund y el rastrillo de Unicef. Daba gusto porque podías atenderlas a todas. Te pinchaban en la solapa para que el personal viese lo sobrado que ibas de generosidad y dormías como un bendito.
Hoy son tantos los que apelan a tu sensibilidad más recóndita que se hace casi imposible discernir cuál de esas campañas es más justa o más necesaria. Son tantos los maratones solidarios que es inevitable plantearse la honradez de quienes los crean, en una sociedad plagada de nuevos negocios (lease chorizos).
En el otro lado tenemos a Li Pao, a la que sus padres cambiaron por una lavadora; a los niños hambrientos, los enfermos, los torturados, lapidados, ablacionados y masacrados; tenemos a los maltratados, a los viejos, o a los que son víctimas del terrorismo.
Y ante esas situaciones extremas de desamparo y miseria, aparecen, aprovechando estos días de excesos, las campañas que claman por la solidaridad y la apertura de nuestras conciencias adormiladas.
Hace poco, las campañas se reducían al Día de la Banderita, la cuestión del Cáncer, el Domund y el rastrillo de Unicef. Daba gusto porque podías atenderlas a todas. Te pinchaban en la solapa para que el personal viese lo sobrado que ibas de generosidad y dormías como un bendito.
Hoy son tantos los que apelan a tu sensibilidad más recóndita que se hace casi imposible discernir cuál de esas campañas es más justa o más necesaria. Son tantos los maratones solidarios que es inevitable plantearse la honradez de quienes los crean, en una sociedad plagada de nuevos negocios (lease chorizos).
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