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Hechicero

Tras la buena suerte

Tras la buena suerte Era agosto. El sol caía a plomo. Iba camino de la playa. Levanté la vista hacia el panel donde habitualmente nos muestran los más sugerentes conjuntos íntimos de mujer. Pero lo que encontré allí fue la calva más gélida y conocida de este país. Abrigado hasta la nuez, como un ángel negro de mirada profunda, misterioso, y rodeado de un aura azulado, Clive Arrindel, lanzaba con un aliento invernal los números de la suerte para Navidad.

La expectación del sorteo, y el ansia por adivinar la combinación ganadora, lleva a muchas personas a la locura irracional. Muchos, mediante ritos, llegan a las cifras de la suerte. Otros lo hacen mediante el sueño. Hay quien realiza los cálculos más absurdos para llegar a las conjeturas más ridículas. Y también tenemos los que siguen el rastro baboso de un caracol o están abonados al mismo número desde siempre. Son los números bonitos, los feos, los altos, los no tan altos, los bajos, los supersticiosos, los matemáticos, los intuitivos. María, Tomás, Santiago y muchos otros siguen el consejo del célebre bacteriólogo francés Nicolle, que en su día, comparó el azar con una dama a punto de escoger al hombre que será su esposo: El azar sólo favorece a quien sabe cortejarlo.

Y así desde 1763, hemos contribuido a llenar las arcas del Estado.

Suerte ! Y si alguno de vosotros es el afortunado, que no dude en compartirlo con un servidor.

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